20 de junio de 2010

Una estafa detrás de otra

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"Los Estados le dieron a los bancos privados el privilegio de crear dinero emitiendo deuda con la excusa de que eso era necesario para financiar la actividad de las empresas y los consumidores. Pero en los últimos treinta años, la banca internacional multiplicó la deuda para financiar los mercados especulativos y para ganar dinero simplemente comprando y vendiendo más dinero, y no para financiar a la economía productiva. Esta es la primera estafa..."

Añadir imagen La crisis, una estafa detrás de otra
Juan Torres López

La Real Academia Española de la Lengua define de dos modos el verbo estafar. Como pedir o sacar dinero o cosas de valor con artificios y engaños y con ánimo de no pagar, y, en sentido jurídico, como cometer alguno de los delitos que se caracterizan por el lucro como fin y el engaño o abuso de confianza como medio. Por eso yo creo que el término de estafa es lo que mejor describe lo que han hecho continuadamente los bancos, los grandes especuladores y la inmensa mayoría de los líderes y las autoridades mundiales antes y durante la crisis que padecemos.


Los Estados le dieron a los bancos privados el privilegio de crear dinero emitiendo deuda con la excusa de que eso era necesario para financiar la actividad de las empresas y los consumidores. Pero en los últimos treinta años, la banca internacional multiplicó la deuda para financiar los mercados especulativos y para ganar dinero simplemente comprando y vendiendo más dinero, y no para financiar a la economía productiva. Esta es la primera estafa.

Para disponer de recursos adicionales a los que le depositaban sus clientes, la banca ideó formas de vender los contratos de deuda y los difundió por todo el sistema financiero internacional. Pero al hacerlo, ocultaba que millones de esos contratos no tenían las garantías mínimas y que al menor problema perderían todo su valor, como efectivamente ocurrió. Actuando de esa forma y tratando de elevar cada vez más la rentabilidad de sus operaciones, la banca fue asumiendo un riesgo cada vez mayor que ocultaba a sus clientes y a las autoridades y que transmitiía al conjunto de la economía. Esta es la segunda estafa.


Para llevar a cabo esas estafas, la banca recurrió a las agencias de calificación que actuaron como sus cómplices corruptos engañando sistemáticamente a clientes y autoridades indicando que la calidad de esos productos financieros era buena cuando en realidad sabían que lno era así y que, por el contrario, se estaba difundiendo un riesgo elevadísimo porque eran, como se demostró más adelante, pura basura financiera. Esta es la tercera estafa.

Los grandes financieros consiguieron que los bancos centrales fueran declarados autoridades independientes de los gobiernos con la excusa de que éstos podían utilizarlos a su antojo y de que así era mejor para lograr que no subieran sus precios. Sin embargo, lo que ocurrió fue que con ese estatuto de "independientes" los bancos centrales se pusieron al servicio de los bancos privados y de los especuladores, mirando a otro lado ante sus desmanes. Y asi, en lugar de combatir la inflación permitieron que se diera la subida de precios de la vivienda quizá más alta de toda la historia y constantes burbujas especulativas en numerosos mercados. Y lejos de conseguir la estabilidad financiera lo cierto fue que durante su mandato "independiente" también hubo el mayor número de crisis financieras de toda la historia. Esta es la cuarta estafa.

Para generar fondos suficientes para invertir en los mercados especulativos cada vez más rentables, los bancos y grandes financieros lograron, con la excusa de que eso era lo conveniente para luchar contra la inflación, que los gobiernos llevaran a cabo políticas que redujeran los salarios y aumentaran así los beneficios (que en su mayor parte van a ahorro en lugar de al consumo como le pasa a los salarios), y la progresiva privatización de las pensiones y de los servicios públicos. Esta es la quinta estafa.


Cuando el riesgo acumulado de esa forma estalló y se desencadenó la crisis, los bancos y los poderosos lograron que los gobiernos, en lugar de dejar caer a los bancos irresponsables, de encarcelar a sus directivos y a los de las agencias de calificación que provocaron la crisis, les dieran o prestaran a bajísimo interés varios billones de dólares y euros de ayudas con la excusa de que así volverían enseguida a financiar a la economía. Pero en lugar de hacer esto último los bancos y grandes financieros usaron esos recursos públicos para sanear sus cuentas, para volver a tener enseguida beneficios o para especular en mercados como el del petróleo o el alimentario, provocando nuevos problemas o que en 2009 hubiera 100 millones de personas hambrientas más que en 2008. Esta es la sexta estafa.


Los gobiernos tuvieron que gastar cientos de miles de millones de dólares o euros para evitar que la economía se colapsara y para ayudar a la banca. Como consecuencia de ello tuvieron que endeudarse. Como los bancos centrales están dominados por ideas liberales profundamente equivocadas y al servicio de la banca privada, no financiaron adecuadamente a los gobiernos, como sí habían hecho con los bancos privados, y eso hizo que tuvieran que ser los bancos privados quienes financiaran su deuda. Así, éstos últimos recibían dinero al 1% de los bancos centrales y lo colocan en la deuda pública al 3, al 4 o incluso al 8 o 10%. Esta es la séptima estafa.

Como los bancos y grandes financieros no se quedaron contentos con ese negocio impresionante, se dedicaron a propagar rumores sobre la situación de los países que se habían tenido que endeudar por su culpa. Eso fue lo que hizo que los gobiernos tuvieran que emitir la deuda más cara, aumentando así el beneficio de los especuladores y poniendo en grandes dificultades a las economías nacionales. Esta es la octava estafa.


Los gobiernos quedaron así atados de pies y manos ante los bancos y los grandes fondos de inversión y, gracias a su poder en los organismos internacionales, en los medios de comunicación y en las propias instituciones políticas como la Unión Europea, han aprovechado la ocasión para imponer medidas que a medio y largo plazo les permitan obtener beneficios todavía mayores y más fácilmente: reducción del gasto público para fomentar los negocios privados, reformas laborales para disminuir el poder de negociación de los trabajadores y sus salarios, privatización de las pensiones, etc... Afirman que así se combate la crisis pero en realidad lo que van a producir es todo lo contrario porque es inevitable que con esas medidas caiga aún más la actividad económica y el empleo porque lo que hacen es disminuir el gasto productivo y "el combustible" que los sostiene. Esta es la novena estafa.


Desde que la crisis se mostró con todo su peligro y extensión, las autoridades e incluso los líderes conservadores anunciaron que estaban completamente decididos a poner fin a las irresponsabilidades de la banca y al descontrol que la había provocado, que acabarían con el secreto bancario, con los paraísos fiscales y con la desregulación que viene permitiendo que los financieros hagan cualquier cosa y que acumulen riesgo sin límite con tal de ganar dinero... Pero lo cierto es que no han tomado ni una sola medida, ni una sola, en esa dirección. Esta es la décima estafa.


Mientras está pasando todo esto, los gobiernos, esclavos o cómplices de los poderes financieros, no han parado de exigirle esfuerzos y sacrificios a la ciudadanía mientras que a los ricos y a los bancos y financieros que provocaron la crisis no les han dado sino ayudas constantes y todo tipo de facilidades para que sigan haciendo exactamente lo mismo que la provocó. Gracias a ello, éstos últimos están obteniendo de nuevo cientos de miles de millones de euros de beneficios mientras que cae la renta de los trabajadores, de los jubilados o de los pequeños y medianos empresarios. Esta es la undécima estafa.


Mientras que constantemente vemos que los presidentes de gobiernos reciben instrucciones del Fondo Monetario Internacional, de las agencias de calificación, de los banqueros o de la gran patronal, la ciudadanía no puede expresarse y se le dice que todo lo que está ocurriendo es inexorable y que lo que ellos hacen es lo único que se puede hacer para salir de atolladero. Esta es la duodécima estafa.


Finalmente, se quiere hacer creer a la gente que la situación de crisis en la que estamos es el resultado de un simple o momentáneo mal funcionamiento de las estructuras financieras o incluso económicas y que se podrá salir de ella haciendo unas cuantas reformas laborales o financieras. Nos engañan porque en realidad realidad vivimos desde hace decenios en medio de una convulsión social permanente que afecta a todo el sistema social. La verdad es que cada vez hay un mayor número de seres humanos hambrientos y más diferencias entre los auténticamente ricos y los pobres, que se acelera la destrucción del planeta, que los medios de comunicación están cada vez en propiedad de menos personas, que la democracia existente apenas deja que la ciudadanía se pronuncie o influya sobre los asuntos más decisivos que le afectan y que los poderosos se empeñan en imponer los valores del individualismo y la violencia a toda la humanidad. Esta es la decimotercera estafa.


Lo que ha ocurrido y lo que sigue ocurriendo a lo largo es la crisis es esto, una sucesión de estafas y por eso no se podrá salir de ella hasta que la ciudadanía no se imponga a los estafadores impidiendo que sigan engañándola, hasta que no les obligue a dar cuentas de sus fechorías financieras y hasta que no evite definitivamente que sigan comportándose como hasta ahora.


Viernes, 18 de junio de 2010

Fuente:
Web de Juan Torres López
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15 de junio de 2010

Las causas de fondo de las recurrentes crisis financieras globales

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Henry C. K. Liu (*)
23/05/10

Graves crisis financieras globales se han venido sucediendo década tras década: el desplome de 1987, la crisis financiera asiática de 1997 y la crisis crediticia de 2007. Esa recurrente pauta ha sido generada por la total desregulación financiera a escala planetaria. Pero las causas de fondo han sido la hegemonía del dólar t el Consenso de Washington.



El caso de Grecia

Siguiendo un malhadado asesoramiento neoliberal y fundamentalista de mercado, Grecia abandonó su moneda nacional, la dracma, a favor del euro en 2002. Este paso, críticamente cargada de consecuencias, permitió al gobierno griego beneficiarse de la fortaleza del euro –no derivada, huelga decirlo, de la fortaleza de la economía griega, sino de la fortaleza de las economías más fuertes de la eurozona— para contratar préstamos a tasas de interés más bajas, respaldadas con el colateral de activos griegos denominados en euros. Con nuevo crédito disponible, Grecia se emborrachó con el gasto financiado por la deuda, con proyectos de elevado perfil, como las Olimpíadas de Atenas 2004, que dejaron a la nación griega con una enorme deuda soberana no denominada en su moneda nacional. Estos empréstitos públicos en tiempos de auge significaban una manifiesta distorsión de las políticas económicas keynesianas de financiación del déficit, consistentes en enfrentarse a las recesiones cíclicas respaldándose en los excedentes acumulados en los ciclos de auge. Lo que hizo Grecia, al revés, fue acumular masivamente deuda mientras se hinchaba su burbuja económica inducida por la deuda.

La trampa del euro

Al adoptar el euro, una moneda gestionada por la política monetaria del super-nacional Banco Central Europeo (BCE), Grecia abdicó voluntariamente de su soberanía en materia de política monetaria nacional, y eso en la confianza, falsamente confortable, de que una política monetaria super-nacional diseñada para las economías más robustas de la eurozona funcionaría también para una Grecia endeudada hasta las cejas. Como Estado miembro de la eurozona, Grecia puede ingresar y tomar prestados euros sin verse afectada por tasas de cambio, pero no puede emitir euros aun a costa de inflación. La incapacidad de emitir euros expone a Grecia al riesgo de quiebra de la deuda soberana en caso de déficit fiscal prolongado, y la deja sin las opciones abiertas a una solución monetaria nacional independiente, como la devaluación de la moneda nacional.

A despecho de la verborrea sobre el euro como incipiente alternativa al dólar como moneda de reserva, el euro no es en realidad sino otra moneda derivada del dólar. A pesar de el PIB de la Unión Europea es mayor que el de los EEUU, el dólar sigue dominando los mercados financieros en todo el mundo como moneda de referencia a causa de la hegemonía política del dólar, que exige la denominación en dólares de todas las mercancías básicas. El petróleo puede comprarse con euros, pero aprecios sujetos al valor de cambio del euro en relación con el dólar. Ocurre, simplemente, que la Unión Europea, no posee el poder geopolítico que los EEUU vienen teniendo desde el final de la II Guerra Mundial.

La hegemonía del dólar y el Consenso de Washington

El crecimiento económico bajo la hegemonía política del dólar exige que las naciones que participan en los mercados sigan las reglas del Consenso de Washington, un término acuñado en 1990 por un economista del Institute of International Economics, John Williamson, para resumir la sincronizada ideología de los economistas del establishment radicados en Washington, una ideología que reverberó a escala planetaria durante un cuarto de siglo como evangelio de las reformas económicas indispensables para el crecimiento en una economía de mercado globalizada. Esa ideología ha metido a buena parte del globo en crisis financieras recurrentes.

Inicialmente aplicado a América Latina, y finalmente a todas las economías en vías de desarrollo, el Consenso de Washington ha terminado por ser sinónimo de la doctrina del neoliberalismo globalizado o fundamentalismo de mercado y a describir, en un angosto marco de limitaciones ideológicas, un conjunto de prescripciones políticas universales fundadas en principios de libre mercado y disciplina monetaria. Promueve para todas las economías control macroeconómico, apertura comercial, medidas microeconómicas favorables al mercado, privatización y desregulación en beneficio de una fe ideológicamente dogmática en la capacidad del mercado para resolver más eficientemente cualesquiera problemas socio-económicos. Con el obscurantismo dogmático va también la resuelta negativa a admitir la obvia contradicción entre la pretendida eficiencia teórica del mercado y la empírica incapacidad para erradicar la pobreza o las crecientes desigualdades de ingresos y riqueza.

Vuelve la pugna entre el capital y los salarios

El crecimiento del capital financiero ha de lograrse a expensas del crecimiento del capital humano. El equilibrio monetario sin perturbaciones inflacionarias ha de lograrse manteniendo los salarios bajos a través del desempleo estructural. Las bolsas de pobreza en la periferia se consideran en el precio necesario para la prosperidad del centro. Dogmas de ese jaez confieren al desempleo y a la pobreza, verdadera catástrofe económica, una inmerecida aura de respetabilidad conceptual. La intervención del Estado ha sido traída a colación sobre todo para reducir el poder de los trabajadores en el mercado a favor del capital y favorecer mecanismos de mercado descaradamente predatorios.

El conjunto de reformas prescritas por el Consenso de Washington se compone de 10 directrices:
1) disciplina fiscal;

2) reorientación del gasto público hacia áreas que ofrezcan rendimientos económicos elevados;
3) reformas fiscales para bajar los tipos marginales y ensanchar la base fiscal;
4) liberalización de los tipos de interés;
5) tasas de cambio competitivas;
6) liberalización del comercio;
7) liberalización de la inversión exterior directa (IED);
8) privatización
9) desregulación; y
10) afianzamiento de los derechos de propiedad privada.

Los Estados abdican de sus responsabilidades

Esas directrices vienen a sumarse por doquiera a una reducción generalizada del papel central del Estado en la economía, de su primaria obligación de proteger a los débiles frente a los fuertes, de fuera y de dentro. El desempleo y la pobreza son entonces vistos como fenómenos temporales, morralla transitoriamente caída en el proceso de selección natural de los mercados, efectos inevitables de una evolución económica que, a largo plazo, generará una economía más robusta.

Los economistas neoliberales arguyen que el desempleo y la pobreza, plagas económicas letales en el corto plazo, pueden traer consigo beneficios macroeconómicos en el plazo largo. Hay gente para todo: también algunos historiadores arguyen perversamente que la Peste Negra (1348) tuvo consecuencias beneficiosas a largo plazo para la sociedad europea.

La resultante escasez de fuerza de trabajo empujó, a corto plazo, al alza los salarios a mediados del siglo XIV, y el súbito incremento de la mortalidad trajo consigo una sobreabundancia de bienes, lo que hizo que se desplomaran los precios. Esas dos tendencias provocaron causalmente un incremento del nivel de vida de los supervivientes. Sin embargo, la escasez de mano de obra causada por la Peste Negra forzó a los terratenientes a frenar el proceso de liberación de los siervos y a extraer más trabajo de ellos. En reacción a eso, los campesinos se sirvieron en muchos frentes de su acrecido poder de mercado para exigir un tratamiento más equitativo o para aligerar las cargas soportadas. Frustrados, los gremios se rebelaron en las ciudades y los campesinos se rebelaron en el campo. La Jacquerie francesa de 1358, la Revuelta Campesina en la Inglaterra de 1381, la Rebelión Catalana de 1395, así como muchas revueltas en Alemania, muestran hasta qué punto llegó la mortalidad a quebrantar las relaciones económicas y sociales tradicionales.

El neoliberalismo ha generado en el último cuarto de siglo una situación que se traduce en violentas protestas políticas en todo el globo, siendo la forma más extremista de las mismas el terrorismo. Pero al menos la plaga bubónica fue desencadenada por la naturaleza, no por una idea fija ideológica humana. Y el neoliberalismo mantiene a los trabajadores en el desempleo, pero vivos, con ayudas de subsistencia, al tiempo que conserva una perpetua reserva de trabajo excedente para evitar que los salarios suban a causa de escasez de fuerza de trabajo, lo que monta tanto como eliminar hasta los crueles beneficios a largo plazo de la Peste Negra.

Encogimiento del Estado

El Consenso de Washington ha venido siendo caracterizado como un “encogimiento del Estado” (Informe anual de la las Naciones Unidas, 1998) y un “nuevo imperialismo” (M Shahid Alam, “Does Sovereignty Matter for Economic Growth?”, 1999). Pero el daño real provocado por ese Consenso dista aún por mucho de ser comúnmente reconocido: en lo que realmente consiste es en un conjunto de prescripciones para generar Estados fracasados entre las economías en vías de desarrollo que participan en los mercados financieros globalizados. Incluso en las economías desarrolladas, el neoliberalismo genera un síndrome, tan peligroso como generalmente inadvertido, de Estado fallido. [1]

NOTA: [1] Véase mi artículo del 3 de febrero de 2005: World Order, Failed States and Terrorism, señaladamente la primera parte (de 10): The Failed State Cancer

. El presente artículo resume un trabajo extenso publicado en Asia Times.

(*) Henry C.K. Liu es un reconocido analista económico y político que escribe regularmente en Asia Times. Es consejero del Roosevelt Institute norteamericano, y forma parte del equipo rector de la revista New Deal 2.0.

Traducción para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench
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6 de junio de 2010

TERRORISMO FINANCIERO GLOBAL

"... Las agencias de calificaciones (auténticas centrales de inteligencia de la dictadura financiera) entran en acción y salen de patrulla para hacer cumplir la nueva orden. Lanzan rumores de desconfianza para generalizar la debacle, dan calificación negativa a un estado y éste entra en caída libre, alertan sobre los riesgos de la deuda de aquel país y el pánico se generaliza. El Euro se devalúa brutalmente frente al dólar y con ello Europa se va haciendo cargo del déficit de EEUU. El viejo continente, su soberanía, sus recursos, su futuro, todo ha sido secuestrado por los agentes del terrorismo económico..."

DICTADURA FINANCIERA
TERRORISMO ECONÓMICO



Europa es hoy un descontrolado bólido que se precipita vertiginosamente hacia su mayor desastre económico. Los temores y las preocupaciones de las últimas semanas han dado lugar a un escalofriante pavor generalizado que crece por minutos y que ha sumido a todo el continente en un caos absoluto.


La Unión Europea, como institución, se encuentra en estado comatoso. Sus países grandes, las legendarias locomotoras del éxito, Alemania, Francia, Inglaterra, solo miran hacia dentro de sus fronteras, tratando de amortiguar, por cualquier medio, el daño económico que provocan los terribles golpes terroristas-financieros dirigidos desde el oscuro y todopoderoso mercado internacional.


Lo de “Unión Europea” suena a burla. La solidaridad entre estados es nula, abunda egoísmo y faltan estadistas. El sentimiento patriótico europeo es una quimera pretenciosa. Europa es, hoy más que nunca, una tribu de tribus que desnuda su historia vernácula. Una trayectoria de 25 siglos de imperios construidos a sangre, fuego y crueldad. Hoy, cuando la crisis aprieta y se demanda generosidad, afloran oscuras historias de odios raciales, resentimientos históricos y traiciones imperdonables.


Los estados europeos vendieron, hace 25 años, su alma al diablo. Renunciaron a su soberanía económica, debilitaron la fortaleza de sus democracias a favor de los intereses del sistema, destruyeron su capacidad productiva al dictado del mercado, dieron a la banca más autoridad y potestad que al propio estado. Los gobiernos optaron alegremente por no dictar ni dirigir las políticas económicas y se conformaron con la administración del “Estado del Bienestar” cuyo financiamiento y estabilidad pasó a depender, en exclusiva, de los excedentes del sistema capitalista.


El matrimonio tuvo su luna de miel. Aumentó el confort, se dictaron modernas leyes sociales, mejoró el ocio y la diversión, abundaron las jubilaciones anticipadas, se cerraron fábricas y minas, se subsidiaron a agricultores para que abandonaran sus campos, hubo reducción de horas laborables. Dinero fácil, crédito libre, lujos inmobiliarios, nuevas tecnologías, grandes viajes. El concepto “trabajo” sufrió una fuerte devaluación.


Ser europeo era genial. Los pueblos del resto del mundo eran simplemente “atrasados”. Para remediarlo se lanzó una nueva colonización económica y cultural. Las empresas entraron a saco en los países del tercer mundo y al ritmo de las privatizaciones se quedaron con todos sus servicios estratégicos. Por otra parte, de la mano amiga de la burguesía local, “tan europeísta ella”,la intelectualidad europea, mediante la concentración mediática, se impuso en aquellas lejanías para despecho de las culturas locales.


Al nuevo Dios se le llamó “Mercado”. La doctrina pregonada fue La Globalización. La Bolsa se transformó en la Catedral, donde se celebraban los ritos fundamentalistas. Cada gerente o director bancario era el sacerdote que evangelizaba a la sociedad. Los periodistas, sin fisuras, fueron los generosos apóstoles que difundieron universalmente el nuevo credo salvador. A los fieles se les prometió su salvación si se encomendaban a la tarea de cumplir con la ciega y compulsiva devoción al consumo.


Así fue como ese gran Dios Mercado se cebó de tanta orgía y creció hasta la desmesura. Se transformó en un monstruo insaciable y descontrolado. Con patente de corso, tal pirata en el Caribe, abordó y devoró todas las economías del mundo desarrollado. Al final se comió sus propias bases y la burbuja reventó. Hubo quienes, hace 3 o 4 años, vaticinaron esta tragedia, pero nadie acertó en la envergadura de la explosión. La burbuja, hoy, sigue chorreando porquería y contaminando al mundo.


A Europa, tamaño desastre, le ha pegado de lleno en su línea de flotación. Sin embargo la situación que hoy sufre no es consecuencia directa de la burbuja sino, más bien, de su inoperante e irresponsable respuesta dada desde que se desató la crisis, hace ya dos años. Desde entonces, en lugar de enmendar el camino, sus dirigentes, timoratos, egoístas y cobardes, optaron por profundizar su dependencia de los mercados, dilapidar sus reservas en ayudar a bancos corruptos y mantener la impunidad a todo el libertinaje financiero.

Es decir, siguen alimentando a la bestia que les tortura, y que les hace sentir toda la fuerza de su dictadura. Las bolsas caen y rebotan, países enteros se hunden por el peso oscilante de su deuda, el continente está paralizado, los gobiernos amordazados, la población atemorizada.


Ante la fragilidad de su víctima, al terrorismo financiero no le tiembla el pulso e inicia un ataque virulento con su artillería más potente: los medios de comunicación. Antiguamente, éstos eran solo cómplices del crimen, hoy ya son parte activa del sistema y a través de ellos, el Mercado avisa al mundo que todo el problema de la crisis son los gastos sociales y el déficit público. Consecuente con su misión, la prensa impone a la opinión pública que es necesario y obligatorio que la sociedad se haga cargo de pagar el coste de la crisis. “El problema es el Estado del Bienestar” es la nueva doctrina.


La misma receta. Los mismos resultados


De repente la prensa se muestra unánimemente coincidente con la solución milagrosa: hay que congelar jubilaciones, abaratar despidos, rebajar sueldos, vaciar hospitales, reducir inversiones públicas, quitar ayudas sociales. Repite el Mercado: “es necesario que los estados ahorren para lograr liquidez, y que ésta se destine, en exclusiva, a atender las necesidades de los bancos y el sistema financiero”.


Las agencias de calificaciones (auténticas centrales de inteligencia de la dictadura financiera) entran en acción y salen de patrulla para hacer cumplir la nueva orden. Lanzan rumores de desconfianza para generalizar la debacle, dan calificación negativa a un estado y éste entra en caída libre, alertan sobre los riesgos de la deuda de aquel país y el pánico se generaliza. El Euro se devalúa brutalmente frente al dólar y con ello Europa se va haciendo cargo del déficit de EEUU. El viejo continente, su soberanía, sus recursos, su futuro, todo ha sido secuestrado por los agentes del terrorismo económico.


Los siempre frágiles y divididos gobiernos europeos, se han puesto de rodillas ante sus verdugos y les ha sobrado tiempo para aplicar la terrible medicina, Con una crueldad espantosa, sin anestesia, han metido bisturí y tocado hueso en el cuerpo equivocado, el de la gente. Mientras el maldito cáncer financiero, que tanto crimen ha cometido, es el vencedor y sigue,impunemente victorioso, con más hambre que nunca. Su voracidad es infinita y seguirá pidiendo sangre hasta la última gota. Será demasiado tarde cuando Europa aprenda que ceder al chantaje de los extorsionadores es la manera más ignominiosa de transformarse en sus esclavos.


Cualquier profano sabe que con estos recortes no se saldrá de la crisis ni se logrará crecimiento económico alguno. Por el contrario, es evidente que Grecia no podrá pagar su plan de rescate, que España llegará a los 5 ó 6 millones de desocupados en un año, que Portugal agudizará su miserable recesión. Y también lo saben los mercados que desconfían hasta de si mismos, y por ello, las bolsas se hunden día sí, día no, siguiendo el ritmo de la ruleta rusa.


Por supuesto que existe otra alternativa pero no hay voluntad ni coraje para asumirla. Tantos años de claudicaciones, mentiras y esnobismo han hecho de la clase dirigente europea una elite vacua, sin ideologías ni principios. El momento histórico reclama que se aplique un nuevo modelo económico que implique un fuerte ahorro del gasto público y una contención salarial, pero que a su vez, el dinero que se da al los bancos y al circuito financiero, se destine al crédito, a la inversión pública y a la creación de fuentes de trabajo.


El sistema bancario es un cártel que abusa de sus clientes, explota a sus empleados y que estafa a todos con condiciones leoninas al margen de la ley. Ante ello, los gobiernos deberían obligarlos a que restituyan, de forma inmediata, la concesión del crédito a las pequeñas empresas y a las familias, tan brutalmente cercenado en la hora cero de la crisis. Y si los bancos aducen que no tienen capacidad de hacerlo, debería ser el estado, con sus recursos y con los recursos de los bancos, quién ponga al servicio de la economía tan elemental herramienta productiva.


La única forma de lograr crecimiento genuino sería sumar inversión mas trabajo, generando riqueza que, por su parte, relanzaría el consumo. Todo ello repercutiría en impuestos, ahorro y bienestar social. Lo contrario a la especulación mafiosa de los mercados, al chantaje financiero y al abuso bancario. La urgencia es salvar al paciente y nunca la de sucumbir ante la voracidad de su verdugo.


Queda como consuelo o esperanza, el recordar que, históricamente, el capitalismo tiene un único talón de Aquiles. Nada lo desequilibra tanto como la palabra “pueblo”. El intocable sistema es alérgico a las reivindicaciones populares. El tramo que va desde una simple hoja de reclamaciones hasta la mayor de las movilizaciones callejeras, es la única y gran pesadilla que trastorna la estabilidad del poder capitalista.


Para El Capital, el pueblo es un ente amorfo, ingobernable, al que puede mentir pero nunca comprar. A sus dirigentes les puede poner precio, utilizar y finalmente sodomizar, pero con el pueblo en su conjunto se siente incómodo, impotente. El pueblo, cuando movilizado y motivado, es insobornable. El sistema tiene recursos para engañar y manipular temporalmente al pueblo, pero al final, éste, siempre se le vuelve en contra como su gran e indomable enemigo. Represión y ahogo económico es la única medicina que sabe aplicar.


En España, durante los últimos 25 años, el capitalismo tuvo cancha libre y vivió en el paraíso. El pueblo fue el gran ausente del paisaje. Ignorado y descalificado, se le condenó al ostracismo y al silencio. Ante ello, el sistema financiero solo tuvo que neutralizar a la justicia con leyes a su medida, comprar los medios de comunicación y desprestigiar al poder político. Nunca podrá, el ultraliberalismo, agradecer lo suficiente a la izquierda europea, por su gran tarea de desmovilizar al pueblo, ahogar sus reivindicaciones y silenciar su voz.


El movimiento progre, último residuo del marxismo totalitario del siglo XX, tuvo la genial idea de inventarse la palabra “populismo” para crear, alrededor de ella, toda una cultura denigrante contra las más respetables y honrosas esencias populares. Todos los vicios, excesos y delitos de la prensa, de los partidos políticos y del sistema financiero, se los endosaron al concepto Pueblo.


Así y de repente, “populismo o pueblo” es sinónimo de demagogia, sensiblería barata, corrupción, manipulación, promesas falsas, etc. Con el pueblo condenado, el capitalismo pagó su deuda a los “progres” comprando y dejando en sus manos todos los medidos de comunicación del sistema, sellando una alianza inquebrantable con lazos de acero atados en intereses económicos y convicciones ideológicas.


Hoy en España, gran difusor del intelectualismo imperial, la palabra “pueblo” está proscripta. Toda la prensa tiene prohibido su uso y ningún dirigente político se atreve a utilizarla. Solo se aplica como insulto u ofensa. Mientras tanto, en el mundo, cualquier dirigente que se atreva criticar al capitalismo, se lo margina del sistema llamándole “populista”.


Sin embargo, esta mentira publicada, nunca puede esconder una verdad monumental. El pueblo existe, acallado, atemorizado, desorientado … pero existe y cada vez más el capitalismo le asfixia.


Ya no es una burbuja lo que puede reventar. Toda una gigantesca olla de presión social está en ebullición. Su estallido es una cuestión de tiempo.


Eduardo Bonugli
Madrid, 16 de Mayo de 2010

Fuente: licpereyramele.blogspot.com
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