¿Por qué el Estado regala dinero a fondo perdido?
JAVIER RUIZ PORTELLA
Yo, la verdad, ya he perdido la cuenta (y seguro que ustedes también) de los miles de millones de euros que el Estado providencia se apresta providencialmente a pagar a los que, quitándoles la “g” inicial, cabe ciertamente denominar los bangsters de las finanzas.
Han llevado el sistema al borde del precipicio (si al menos se cayera una vez por todas por él…), estamos todos sufriendo cada día las consecuencias de la mayor crisis desde el final de la Guerra Civil Europea, deberán nuestros impuestos pagar a los bangsters de las finanzas la más millonaria suma de toda la historia… y aquí, señoras y señores, no pasa nada. Aún es hora de que se denuncie a un solo responsable del atraco, aún es hora de que se les detenga, de que se les despida sin un duro por falta laboral grave, aún es hora de que sus nombres, apellidos y cargos se den a conocer para público escarnio…
Aún es hora, sobre todo —mucho más importante que emprenderla contra los fieles servidores del sistema—, de que se aproveche tan favorable circunstancia (no hay mal que por bien no venga…) para meter mano una vez por todas a un sistema decrépito, corrupto e insostenible.
Había, por supuesto, que intervenir, había que aportar los miles de millones sin los cuales… los cuatro cuartos que usted, amigo, o su pequeña empresa, o la del vecino han entregado en depósito a los bangsters se habrían esfumado como humo de pajas.
Había que intervenir, sí, pero… no a fondo perdido, como se está haciendo. Había que intervenir, sí, pero no para efectuar un generoso regalo de miles de millones de euros. Un regalo que no entraña nada: los efímeros controles que se puedan establecer nunca evitarán que, si salen de ésta, la debacle se vuelva a producir. Un regalo que no entraña, en fin, la única solución viable: que el donante comprenda que los hombres, dejados a su libre codicia, son incapaces de autorregular el sistema económico. Es decir, que el Estado —esto es: la comunidad de hombres y de historia movidos por un destino colectivo—comprenda una vez por todas que la dichosa “Mano Invisible” del liberalismo es tan invisible como inexistente, y, desmontando el mafioso negocio, se haga con la propiedad de los bancos. O lo que es lo mismo: tanto con su regulación como con los beneficios que volverán a producir —perdón: que, según las últimas noticias, siguen produciendo (a ritmo menor, es cierto).
Todo ello, sin embargo, sólo tendría sentido si el Estado fuera otra cosa de lo que es hoy; si el Estado dejara de ser, por supuesto, la gigantesca, burocrática maquinaria sin alma en que se ha convertido; si dejara de ser, como decía Nietzsche, «el más frío de todos los monstruos fríos. Frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo, el Estado, soy el pueblo”». Todo ello sólo tendría sentido si el Estado fuera de verdad, como decía antes, «la comunidad de hombres y de historia movidos por un destino colectivo» en que consiste el único sentido del Estado.
Han llevado el sistema al borde del precipicio (si al menos se cayera una vez por todas por él…), estamos todos sufriendo cada día las consecuencias de la mayor crisis desde el final de la Guerra Civil Europea, deberán nuestros impuestos pagar a los bangsters de las finanzas la más millonaria suma de toda la historia… y aquí, señoras y señores, no pasa nada. Aún es hora de que se denuncie a un solo responsable del atraco, aún es hora de que se les detenga, de que se les despida sin un duro por falta laboral grave, aún es hora de que sus nombres, apellidos y cargos se den a conocer para público escarnio…
Aún es hora, sobre todo —mucho más importante que emprenderla contra los fieles servidores del sistema—, de que se aproveche tan favorable circunstancia (no hay mal que por bien no venga…) para meter mano una vez por todas a un sistema decrépito, corrupto e insostenible.
Había, por supuesto, que intervenir, había que aportar los miles de millones sin los cuales… los cuatro cuartos que usted, amigo, o su pequeña empresa, o la del vecino han entregado en depósito a los bangsters se habrían esfumado como humo de pajas.
Había que intervenir, sí, pero… no a fondo perdido, como se está haciendo. Había que intervenir, sí, pero no para efectuar un generoso regalo de miles de millones de euros. Un regalo que no entraña nada: los efímeros controles que se puedan establecer nunca evitarán que, si salen de ésta, la debacle se vuelva a producir. Un regalo que no entraña, en fin, la única solución viable: que el donante comprenda que los hombres, dejados a su libre codicia, son incapaces de autorregular el sistema económico. Es decir, que el Estado —esto es: la comunidad de hombres y de historia movidos por un destino colectivo—comprenda una vez por todas que la dichosa “Mano Invisible” del liberalismo es tan invisible como inexistente, y, desmontando el mafioso negocio, se haga con la propiedad de los bancos. O lo que es lo mismo: tanto con su regulación como con los beneficios que volverán a producir —perdón: que, según las últimas noticias, siguen produciendo (a ritmo menor, es cierto).
Todo ello, sin embargo, sólo tendría sentido si el Estado fuera otra cosa de lo que es hoy; si el Estado dejara de ser, por supuesto, la gigantesca, burocrática maquinaria sin alma en que se ha convertido; si dejara de ser, como decía Nietzsche, «el más frío de todos los monstruos fríos. Frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo, el Estado, soy el pueblo”». Todo ello sólo tendría sentido si el Estado fuera de verdad, como decía antes, «la comunidad de hombres y de historia movidos por un destino colectivo» en que consiste el único sentido del Estado.
Fuente: ElManifiesto.com
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