28 de mayo de 2010

Grecia, Euro, Europa...

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Crisis y chismes. La hipótesis de "cuanto peor, mejor"

Jean-Michel Vernochet
geostratégie.com
Traducido para Rebelión por Juan Agulló


¿Y si todo este “cuento”, esta crisis económica degenerativa, no fuera más que una conjura, de enormes dimensiones, para doblegar a los gobiernos europeos? ¿Si no se tratara más que de mantenerlos ocupados y de hacerles aceptar una suerte de tutela económica internacional; un dirigismo ajeno, por supuesto, a la voluntad popular, a la que se le estaría hurtando toda forma de expresión? La Unión Europea que, víctima de una aguda crisis fiscal, ha necesitado la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI, de unos 250.000 millones de euros) no podía arriesgarse a repetir el fiasco electoral de 2005, cuando fue votado [NDT: y rechazado] el Tratado Constitucional Europeo. En el contexto actual, una vez que se ha despojado a los Estados miembros de sus últimas veleidades soberanistas, se les puede hacer operar, a golpe de silbato, como si de un solo hombre se tratara. ¿Teoría de la conspiración? No tanto, si se contemplan las cosas con atención...



El ataque financiero lanzado contra Grecia como consecuencia de su elevado endeudamiento y de su potencial insolvencia se ha transformado, rápidamente, en una ofensiva contra el euro, o sea, contra la Unión Europea. Técnicamente hablando, el referido escenario solo tiene una lejana relación con los problemas estructurales de la economía helénica. Los “vicios” que se le achacan a Grecia se parecen mucho, en realidad, a los de la mayoría de países postindustriales que es verdad que tienen la mala costumbre de vivir del crédito, muy por encima de sus posibilidades. Eso es lo que explica crecimientos exponenciales del endeudamiento y en última instancia, “burbujas” financieras susceptibles de estallar en cualquier momento.


Todo apunta a que, tras la brutalidad del ataque contra el euro y más allá de la anécdota coyuntural de un puñado de especuladores inconscientes, ávidos de ganancia, subyacen otros objetivos –geopolíticos- calculados mucho más fríamente. Y ello, sobre todo, porque los apetitos especulativos, por codiciosos que sean, no pueden explicar por sí solos la duración de una ofensiva que amenaza, incluso a corto plazo, no solo a la Zona Euro sino a la mismísima Unión Europea.

La multiplicación de las crisis durante estos últimos decenios está desplazando el eje de la política mundial hacia Eurasia (región particularmente cara al geopolítico estadounidense Zbigniew Brzezinski) y permite suponer, además, que Europa está siendo, precisamente en estos momentos, escenario de una gran batalla, librada en el marco de una gran guerra geoeconómica mundial en la que, por cierto, el Viejo Continente tiene muy poco que hacer.

De hecho, la adopción –como consecuencia de las insistentes presiones de la Casa Blanca- de un plan europeo para la financiación de la deuda pública (Plan de Ajuste) no solo no constituye un remedio serio a la crisis financiera, que es estructural (y que además, en realidad, afecta por igual a todos los países occidentales, comenzando por Estados Unidos) sino que va en contra de los deseos, explícitos, de una rápida integración europea como condición sine qua non para la creación de un bloque occidental sólido e incluso necesario, en el marco de unas relaciones internacionales cambiantes.

El referido Plan de Ajuste responde a una crisis de confianza y de solvencia (extremadamente artificial al principio pero convertida, posteriormente, en real como consecuencia del efecto “bola de nieve” que se terminó induciendo) provocada por la necesidad de recapitalización de los Estados en un contexto de liquidez menguante. El Plan Europeo, de 750.000 millones de euros, supera al Plan Paulson (de 700.000 millones de dólares) que se ideó, tras la debacle del sistema financiero estadounidense -en septiembre de 2008- para reflotar a este último con fondos públicos. Las consecuencias de dicha medida las estamos padeciendo actualmente: la recapitalización del sector financiero solo ha servido para endeudar a los Estados a ambos lados del Atlántico.

El problema de fondo radica en que la crisis financiera, cuyo epicentro estuvo en Estados Unidos, tras desencadenar la recesión –es decir, tras carcomer el crecimiento económico- ha terminado por gangrenar los recursos fiscales de los Estados, complicando aún más el pago de los intereses de una deuda que, de por sí, ya resultaba algo más que considerable (la tasa media de endeudamiento en la Zona Euro ronda ¡el 78%!). Actualmente, la Unión Europea –con su Plan de 750.000 millones de euros- está endeudándose aún más, lo cual, en lo inmediato, está afectando a los presupuestos públicos de todos los países. Y todo esto, en teoría, para “restablecer la confianza de los mercados”...

Con el referido objeto –y en línea con su lógica soberanista- la UE acaba de ponerse bajo la égida del FMI, que va a concederle créditos por valor de unos 250.000 millones de euros. Hasta ahora, la especialidad del FMI había consistido en acudir en ayuda de las titubeantes economías de los países del Tercer Mundo imponiendo, sin misericordia, sus llamados planes de ajuste estructural. Se trata, por consiguiente, de un organismo supranacional, militantemente “globalizador”, que pretenderá supervisar –de forma más o menos directa- las estructuras de gobernabilidad económica de las que probablemente se dotará la Zona Euro si antes, eso sí, no termina desapareciendo sin solución de continuidad.

Desde Londres, el demócrata estadounidense Paul Volcker (ex Presidente de la Reserva Federal) está demandando con insistencia dichas iniciativas, ya que el relanzamiento del euro constituye una necesidad imperiosa para mantener a flote las economías estadounidense y británica (país que, al ser un alumno privilegiado de la clase euroatlántica, se está manteniendo al margen de la crisis que padece el Continente).

La Canciller Federal alemana, Angela Merkel, se ha tenido que resignar a aceptar el Plan de Ajuste del FMI para los países de la Zona Euro como consecuencia de las amenazas que –según un persistente rumor- le habría realizado su homólogo francés de salirse del euro para regresar al franco. Y es que, aunque es cierto que a la Alemania productiva le cuesta prestar, no lo es menos que un eventual retorno al marco resultaría catastrófico para su economía ya que, al tener una divisa demasiado fuerte, Alemania perdería competitividad, uno de los fundamentos más importantes de su economía. Bastó un chantaje, por consiguiente, para que Berlín se plegara a pasar por las Horcas Caudinas impuestas desde la Casa Blanca.

Lo malo es que estos dictados nos están conduciendo hacia una gran trampa: los capitales obtenidos por los Estados en los mercados o prestados por el FMI para salvar a los PIIGS [NDT: acrónimo de Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España que, en inglés, remite a la palabra pig, "cerdo"] al conllevar, implícita, la posibilidad de una bancarrota, vienen acompañados de la obligatoriedad de activar mecanismos adicionales que garanticen la sostenibilidad, a largo plazo, del euro. Dicha moneda, siempre desde esta perspectiva, para ser sólida (y devolver, así, la confianza a los sacrosantos mercados) necesitaría apoyarse en la existencia de toda una serie de instituciones federales (reclamadas en Francia con especial ahínco por Jacques Attali). La reivindicación básica radica en la creación de “una Agencia Europea del Tesoro -que prestaría en nombre de la UE- y de una suerte de Fondo Presupuestario Europeo, al que se le otorgarían plenos poderes para controlar que el gasto público de los países de la Zona Euro no sobrepasara, jamás, el 80% de sus PIB”.

Retórica al margen, de lo que en el fondo se trata es de imponer una tutela económica a los Estados miembros, con la excusa de salvar a la Zona Euro de una, al parecer, indefectible desarticulación. Dicha amenaza, por lo visto, funciona muy bien ya que, en Europa, la eventual desaparición de la divisa única constituye un auténtico tabú político.

Actualmente existen proyectos que prevén que, incluso, los presupuestos de los países de la Zona Euro pudieran ser fiscalizados y aprobados por una suerte de triunvirato compuesto por la Comisión Europea [NDT: lo más parecido a un ejecutivo], el Banco Central Europeo y el Eurogrupo. Si eso ocurriera, ¿dónde quedaría la voluntad popular y para qué serviría el Parlamento Europeo?

El problema es que, hasta el momento, nadie se ha tomado la molestia de denunciar el sofisma (por no decir el absurdo) que supone argumentar que restauración de la confianza en los mercados ha de pasar, necesariamente, por la aplicación de toda una serie de políticas de ajuste. En primer lugar porque ¿acaso se va a permitir que los mercados impongan, por sí solos, sus propias leyes a todos los demás? Por otro lado porque ¿acaso no empieza a ser momento de poner en duda el capitalismo accionarial, anónimo y viscoso, capaz de arruinar a un país detrás de otro, siguiendo quién sabe qué opacos criterios?

La gobernabilidad económica europea no es la solución, como tampoco lo es la liquidez: ninguna de las dos garantiza, por sí misma, una superación de la actual crisis. El sobre endeudamiento inducido por el Plan de Ajuste no es más que una falsa solución impuesta desde el exterior, cuya finalidad última consiste en promover una subordinación de Europa a los mercados de capitales y por ende, a los términos de su ignominiosa dictadura.

La simple idea de una gobernabilidad económica es autoritaria y carece de sentido, ya que ignora toda la gama de matices sociales y políticos sobre los que se asienta el proceso de construcción europea (modelos de crecimiento diferentes, regímenes fiscales heterogéneos, etc.). Se trata, por ende, de una concepción muy ideologizada, en suma, de un proyecto político camuflado que incorpora elementos incompatibles con la prosperidad económica y el bienestar social.

Algunos –que no dudan en hablar de una “dictadura económica” que se le estaría imponiendo a la UE- resaltan que esta crisis no es más que el pretexto perfecto para instaurar un Gobierno europeo centralizado que despreciaría la voluntad popular, ya pisoteada mediante el Tratado de Lisboa. Cierto o no, lo que parece seguro es que la actual crisis tiene algo de artificial, de prefabricada, de contrapuesta, en definitiva, al curso normal de las cosas. Pese a ello se habla de una lógica mecánica que de todos modos, lejos de ser anónima, está indisolublemente ligada al proceder de los grandes traficantes de dinero y otros mandones que suelen dejarse caer, como buitres, sobre las Bolsas.

Más allá de las apariencias, lo que hay que tener claro es que los que en realidad siguen haciendo y deshaciendo son los grandes barones del Partido Republicano, y ello gracias al seductor Barack Obama. Por eso Estados Unidos tiene un doble discurso: el de los mercados y el de su presidente, que suele intervenir para tranquilizar a los europeos –en estricta aplicación de la Doctrina Monroe de no intervención en los asuntos internos europeos, a menos que los intereses estratégicos de Estados Unidos pudieran verse afectados- y para urgirlos a estabilizar su moneda, o sea, las políticas económicas europeas, indisociables de la salud, buena o mala, de su moneda común. Todo eso, por supuesto, no es injerencia en los asuntos internos de Europa, ¡no! Aunque ¿se han parado a imaginar por un momento a Angela Merkel o a Nicolas Sarkozy organizando Manhattan?

El otro discurso, inaudible fuera de los círculos de poder, es el que enarbolan los amos de los mercados; es decir, los personajes anónimos que ordenan millares de operaciones sin que los gobiernos puedan identificarlos fácilmente, como reconoció hace poco, patéticamente, la ministra francesa de Finanzas, Christine Lagarde. Se trata de aquellos que juegan al yoyó con las bolsas como los gatos lo hacen con los ratones: descontando las mismas subidas y bajadas que ellos mismos provocan.

Esta criptocracia, ese poder internacional ante el cual el margen de maniobra real de los políticos es reducido, está compuesto por un puñado de personas con magnos intereses materiales… e ideológicos (porque no olvidemos que las ideas son las que, en realidad, gobiernan el mundo; el dinero es solo un instrumento para ponerlas en práctica). A dichos personajes les caracteriza un irrefrenable deseo de poder y una bajeza moral sin límites, como demuestran las guerras que alientan o preparan en Asia Central, en el Cáucaso o en Oriente Medio.

Esos oligarcas conforman la élite financiera, trabajan en los complejos militar-industriales, en las petroquímicas y en la ingeniería genética, pero también son detectables entre los ideólogos y los grandes teóricos que viven de legitimar el sistema; entre los nuevos predicadores, en definitiva, de la religión de la ganancia como nueva forma de monoteísmo, el del mercado. Lo curioso es que esa gente tiene un discurso muy diferente al que articula el ventrílocuo que tiene en sus rodillas el carismático Barack Obama para que suelte sandeces neurolépticas destinadas a las masas inquietas o para sermonear a los dirigentes europeos.

¿Cómo explicar, entonces, la evidente contradicción existente entre las inquietudes expresadas por el presidente Obama con respecto a la devaluación del euro –legítimas, ya que a Estados Unidos le conviene un euro fuerte que siga garantizando que sus empresas sean competitivas, financie sus terroríficos déficits presupuestarios (1,4 billones de dólares) pero, sobre todo, pague el esfuerzo bélico del Pentágono en Irak, Afganistán y Pakistán- y la campaña de desestabilización de las economías occidentales (e incluso asiáticas) mediante ataques reiterados y sistemáticos contra el euro en los mercados?

¿Hasta tal punto son voraces, inconsecuentes e irracionales los especuladores? ¿No son, acaso, lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de que esta ofensiva contra la UE pone en peligro a todo el sistema porque está llevando a la economía mundial al borde de una nueva fase de caos? ¿Por qué, entonces, esta suerte de danza al borde del abismo? Porque lo que ya no puede seguir sirviendo de excusa es esa estúpida frivolidad, según la cual, los mercados tendrían vida propia y que, precisamente por eso, resultarían “incontrolables”… En otras palabras, que todo esto “no sería culpa de nadie” sino simple consecuencia de una imposibilidad material para controlar a los actores implicados y a sus excentricidades irracionales.

Planteémoslo, entonces, claramente: el riesgo de crac forma parte del meollo de la tétrica partida que está siendo jugada. Los grandes jugadores, fríos y calculadores, gustan de la “teoría de juegos” (de Neumann y Morgenstern), construcción probabilística ideada, en su tiempo, para asentar la doctrina de la disuasión nuclear… Gana el que más órdagos letales lanza. El ejemplo más elocuente es lo que está ocurriendo actualmente: desestabilizar las economías europeas, a pesar de las incidencias, notables y ya mencionadas, que eso puede tener en términos sistémicos, para algunos, tiene sentido. ¿Por qué? Pues, para empezar, porque el caos financiero, monetario y económico puede hacer ganar mucho dinero.

A comienzos del siglo XX, el economista Werner Zombart teorizó sobre la “destrucción creadora”, concepto posteriormente retomado por Joseph Schumpeter. Desde entonces, dicha idea –en principio, positiva- se fue abriendo camino gracias, entre otras, a la “teoría de la catástrofe”, enunciada por el matemático francés René Thom y posteriormente, revisada y corregida por Benoît Mandelbrot. Al final, gracias a la geometría fractal, terminó aplicándose a los mercados financieros donde –ya como “Teoría del caos”- se puso de moda.

En paralelo, el economista Von Hayek, uno de los padres del neoliberalismo, pretendió aupar a la economía liberal al grado de ciencia exacta. De hecho, según su biógrafo Guy Sorman “el liberalismo converge con las teorías físicas, químicas y biológicas más recientes y en especial con la Teoría del caos, propuesta por Ilya Prigogine. En la economía de mercado, como en la naturaleza, el orden nace del caos: la proliferación descontrolada de millones de decisiones e informaciones conduce, más que al desorden, a un orden superior”. No se puede expresar mejor la que, desde nuestro punto de vista, constituye clave explicativa de esta crisis.

A finales de los años 1990, el neocon estadounidense Michael Leeden, reputado Dr. Frankenstein de la economía moderna, aportó un nuevo paroxismo conceptual al panteón neoliberal: el “desorden superior” como paradigma legitimador, entre otras cosas, de todas las guerras de conquista del siglo XXI. Desde dicho punto de vista el caos iraquí o el que actualmente reina en Asia Central se pueden considerar generadores de ciertos efectos benéficos a medio-largo plazo. Europa podría ser otro ejemplo.

Hipoticemos, de hecho, que el nuevo orden mundial que los promotores del caos global pretenden que salga de la actual crisis, dé como resultado una Europa unificada, centralizada y federativa, controlada desde Washington a través de una Reserva Federal que convierta al Banco Central Europeo en una suerte de sucursal suya técnicamente controlada, eso sí, desde el FMI (emanación de un poder mundial emergente, tan desterritorializado como tentacular).

La deificación del mercado, asociada a la idea de un “caos creativo” promovido a partir de la teoría de juegos, podría terminar descontrolándose… y todo ello, para satisfacción del discreto club de aprendices de brujo que, bajo cuerda, conducen las riendas del “mundo libre”. Llegados a este punto, parece oportuno realizar un matiz: el “caos” (provocado, por supuesto) no es más que una forma de gestión y de transformación social, aparentemente pacífico, que no es más que una especie de versión moderna del clásico divide et vinces(“divide y vencerás”).

De hecho, el arriesgado juego habrá valido la pena si, al final del mismo, Europa termina arrodillándose, comenzando por la pequeña Grecia. Dicho país que es -junto con Italia, España, Irlanda y Portugal- uno de los eslabones más frágiles de la Zona Euro ha sido, hasta ahora, una suerte de electrón libre que ha dificultado una integración plena de los Balcanes en el tejido geoestratégico estadounidense y un control total de la VI Flota sobre el Mediterráneo Oriental (futuro súpercorredor energético en el que, actualmente, el proyecto de gasoducto occidental Nabucco está compitiendo con el programa ruso South Stream).

Si la UE, como consecuencia de la crisis, termina avanzando –a marchas forzadas- hacia una gobernabilidad económica federativa (que no haría sino confirmar y asentar las renuncias a las soberanías nacionales, ya consentidas para parir el euro) concluiría una etapa histórica: la Comisión Europea –compuesta, básicamente, por tecnócratas no elegidos y reclutados en función de criterios indiscutiblemente atlantistas- terminaría teniendo un poder prácticamente discrecional. Ello supondría la práctica desaparición de los Estados-nación en Europa. De hecho, ya nada se opondría a la disolución de nuestro Continente en un Bloque Transatlántico. La fusión del dólar y del euro terminaría sellando la (re)unificación del Viejo y el Nuevo Mundo.

No se trata de simples especulaciones, sino una proyección de las tendencias geopolíticas en marcha –consecuencia de una recomposición del poder mundial- al alcance de cualquier avezado observador. De hecho, la suerte de los pueblos europeos parece estar echada, es decir, encadenada –para lo mejor y para lo peor- al “Destino Manifiesto” de Estados Unidos. Y ello, con independencia de que termine convocándose o no un eventual “nuevo Bretton Woods”.

Al final de todo este proceso, puede que los especuladores tengan bastante que perder si la comunidad internacional termina poniéndose de acuerdo para controlar sus apetitos y regular los mercados, pero, en todo caso, ellos, al haber promovido un “caos constructivo”, habrán creado las condiciones para que se produzcan nuevas confrontaciones. De hecho, el peor de los escenarios (a menudo evocado, en Francia, por personajes influyentes de la talla de Bernard Kouchner o Jacques Attali) es que los gobiernos terminen sintiéndose acorralados. En Kuwait, en 1991 o en Irak en 2003, entre los objetivos de la guerra apenas hechos públicos, estaba el relanzamiento de la economía global, vía reconstrucciones locales. Y eso por no mencionar otros intereses, mucho más evidentes e inmediatos como las energías no renovables, la venta de armas y sus derivados, etc.

Sean los que sean los acuerdos, firmados por Turquía e Irán, sobre el enriquecimiento del uranio con fines médicos; sean los que sean los problemas diplomáticos que esos acuerdos entre aliados y enemigos de Washington puedan plantear, basta con releer al viejo cuentista Jean de La Fontaine para comprender de que la retórica del lobo siempre termina imponiéndose a la del cordero… Esperemos que, en el actual contexto de extrema fragilidad de la economía mundial, cualquier salida de la crisis por la puerta del “caos” (constructivo) sea, al menos, pacífica, porque se ven venir guerras contra Irán, Siria y Venezuela a las cuales, por cierto, la película Avatar hace una sorprendente alusión. Estados Unidos, por cierto, no sabría emprender esas iniciativas sin el apoyo de serviles coaliciones de Estados vasallos… Una curiosidad: ¿qué actitud adoptaría, en ese caso, una Europa endeudada y desorientada?

Fuente:
http://www.geostrategie.com/2647/grece-euro-europe-crise-et-chuchotements-l’hypothese-du-pirehttp://www.geostrategie.com/2647/grece-euro-europe-crise-et-chuchotements-l’hypothese-du-pire


Tomado de; Rebelion.org
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10 de mayo de 2010

Grecia: el negocio del rescate

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El capitalismo se devora a sí mismo.

Como funciona el gran negocio usurario con el "rescate" griego


Un nuevo ciclo de usura internacional con la crisis financiera, esta vez a nivel de los Estados, ya comienza a proyectarse desde Grecia (a través del fondo de "rescate) a todos los países de la zona del euro. Como mecánica central, los bancos y grupos usurarios internacionales "represtan" dinero a los Estados quebrados (como antes lo hicieron con bancos y empresas privadas), se aseguran la capacidad de pago con el "ajuste salvaje", y alimentan el nacimiento de otra burbuja ganancial con la especulación con los bonos (emisión de deuda de los Estados) en el mercado internacional. Se trata de un nuevo ciclo, donde el sistema capitalista se reestructura y recicla sus crisis en nuevas "burbujas" gananciales.



Por Manuel Freytas

Reciclamiento de la usura

La operación financiera con el "rescate" de Grecia no es nada más que otro gran negocio usurario con la crisis, esta vez realizado a través de un Estado, y con el FMI y la UE como instrumentos de ejecución.

El gobierno griego, en estado de insolvencia para pagar su deuda, pide dinero (a cambio de bonos) y emite más deuda. O sea vuelve endeudarse para pagar la nueva deuda.

Con la UE (como intermediaria y garante) los bancos y grupos de la usura internacional) le prestan el dinero al estado griego, y a través del "ajuste salvaje" se aseguran de que Grecia pague su deuda reciclada con nuevos intereses usurarios.

De esta manera, los usureros internacionales "prestan" el dinero, se aseguran la capacidad de pago con el "ajuste", y alimentan el nacimiento de otra burbuja ganancial con la especulación con los bonos griegos en el mercado internacional.

En definitiva la usura internacional, luego de asegurarse la capacidad de pago de la deuda griega (con el "ajuste" y la intermediación garantista de la UE), prestan nuevos fondos para reciclar un nuevo macro negocio financiero con la deuda del país quebrado.

O sea "presta" (comprando emisión de deuda), no para rescatar a Grecia, sino para alimentar otro ciclo de endeudamiento usurario y de burbuja ganancial especulativa.

En resumen, el capital usurario pone el dinero (compra bonos), se asegura su retorno (capital e intereses) con el "ajuste salvaje" y la nueva disciplina fiscal (reducción del gasto público) , y se asegura la ganancia especulativa con los bonos en el mercado internacional (nueva burbuja especulativa).

La "burbuja" con el Estado

En otro escenario, con la experiencia griega (que amenaza con contagiarse a toda la Unión Europea) se repite el negociado financiero con la crisis implementado con los "rescates" a bancos y empresas privadas en EEUU y Europa.

Desde que estallara el colapso bancario y bursátil en septiembre del 2008, el sistema nunca pudo recuperarse, y finalmente la crisis de la"economía de papel" terminó impactando en la "economía real", primero en las metrópolis imperiales de EEUU y Europa, extendiéndose luego por toda la periferia "subdesarrollada" y "emergente" de Asia, África y América Latina.

Mientras las economías de EEUU y la UE ingresaban en una feroz crisis financiera recesiva con quiebre generalizado de las megaempresas del sector industrial y comercial, con despidos laborales masivos, los poderosos conglomerados bancarios que integran el sistema de la Reserva Federal y los bancos de las potencias centrales reciclaron una burbuja ganancial con el Estado como instrumento.

Mediante el "rescate financiero" en EEUU y Europa, Wall Street y las bolsas mundiales, los bancos y grupos usurarios privados reciclaron una nueva "burbuja" ganancial con la crisis, no ya con dinero especulativo proveniente del sector privado, sino con fondos públicos (de los impuestos pagados por toda la sociedad).

Esos fondos (captados de los mercados de capitales usurarios) destinados a los "rescates" fueron puestos compulsivamente al servicio de un nuevo ciclo de rentabilidad capitalista, al margen de una ascendente crisis de la economía real que marcha por vía paralela en los países centrales.

Simultáneamente, las economías reales del Imperio y de las potencias centrales (pese a los anuncios de "recuperación") permanecen en rojo en todas sus variables, y una crisis social, todavía de efectos imprevisibles, asoma de la mano de los despidos masivos en Europa y EEUU.

El costo de este monumental negocio usurario con la "crisis capitalista" (que ya fue exportado desde EEUU y Europa a los países de la periferia de Asia, África y América Latina) es financiado con el dinero de los impuestos pagados por el conjunto de la sociedad.

Se trata, en suma, de una "socialización de las pérdidas" para subsidiar un "nuevo ciclo de ganancias privadas" con el Estado como herramienta de ejecución.

Un proceso mediante el cual los megaconsorcios más fuertes (los ganadores de la crisis) se degluten a los más débiles generando un nuevo proceso de reestructuración y concentración del sistema capitalista.

La "burbuja" griega

Con Grecia, la operación ya no se hace a nivel de empresas y bancos, sino a nivel del "rescate" de los Estados quebrados.

La Unión Europea, oficia como garante y prestaria de la operación financiera, donde los bancos y grupos usurarios internacionales del "mercado de capitales" financian el "rescate" mediante la compra de emisión de deuda del Estado griego (los bonos).

Lanzados al "mercado de capitales", esos bonos reciclan otro macronegocio financiero con la crisis, no ya realizado con bancos y empresas quebradas, sino con Estados capitalistas quebrados. O sea que el negociado financiero con la crisis, con el caso emblemático griego vira de lo privado a los estatal.

De esta forma, la sociedad griega, principalmente su sector más vulnerable va a pagar el nuevo negocio de la usura internacional con la crisis de dos maneras:

A) Con el "ajuste" que rebaja el salario y degrada los beneficios sociales de las mayorías y puede generar despidos masivos.

B) Financiando con sus impuestos el nuevo negocio usurario internacional con la deuda emitida por el Estado griego.

Paralelamente, y con el objetivo de asegurar un "fondo" disponible para el "rescate" de otros Estados insolventes o quebrados (nuevos negociados usurarios), la Unión Europea acordó un mecanismo de "asistencia financiera" que, junto con el Fondo Monetario Internacional (FMI), le permitirá movilizar más de US$ 900.000 millones con el argumento de "evitar" que la crisis de Grecia se propague a otros países de la eurozona.

Es fondo de "ayuda" (masa de dinero especulativo) se suma a los 110.000 millones de euros (US$ 140.000 millones) del paquete de rescate a Grecia que los miembros de la Unión Europea el FMI aprobaran recientemente.

La crisis de los Estados

La financiación estatal de los "rescates" a empresas y bancos privados en quiebra, generó en EEUU y Europa un proceso de sobreendeudamiento público (agregado a la caída de la recaudación por la desaceleración económica).

Este ciclo no solo amenaza la estabilidad económica y la "gobernabilidad" del sistema, sino que también (y como ya sucedió con los bancos y empresas privadas) puede hacer colapsar en cadena a los propios Estados capitalistas, tanto centrales, como subdesarrollados o emergentes.

En general, la sombra de una insolvencia de pago generalizada (producida por los déficit y la baja de recaudación fiscal) generó un rebrote de la crisis financiera en Europa, no ya a nivel de los bancos y entidades privadas, sino a nivel de los propios Estados de la eurozona

De esta manera, la crisis fiscal (producto del déficit comercial y recaudatorio del Estado) se sumó al panorama de agravamiento del desempleo (principalmente en EEUU y Europa), la no reactivación del consumo (producida por la desaparición del crédito para la producción).

Y los interrogantes y las dudas persisten para el caso de que los bancos centrales USA-europeos decidan levantar los estímulos (planes de rescate) a bancos y empresas.

En este escenario, y como producto de la especulación bursátil (escamoteados a la inversión productiva) en los últimos meses fue cobrando forma visible un nuevo actor emergente en la economía mundial: La "crisis fiscal" (producto de los déficit siderales que aquejan a los Estados de las economías centrales) que sucede a la "crisis financiera" en la debacle de la economía capitalista globalizada.

Y hay una paradoja: La "crisis estatal" no nace como producto del endeudamiento privado sin respaldo (la economía de papel de los grandes conglomerados bancarios imperiales) sino como emergente de los programas estatales de salvataje financiero que han endeudado (sin respaldo fiscal) a los Estados, con EEUU y la Unión Europea en primer término.

La nueva crisis, como lo señala The Financial Times, ya está siendo exportada desde EEUU mediante el endeudamiento sin respaldo que explota el dólar como "refugio seguro" para los especuladores internacionales.

En este escenario se mueve el nuevo ciclo de usura internacional con la crisis financiera, esta vez a nivel de los Estados, que ya comienza proyectarse desde Grecia (a través del fondo de "rescate) a todos los países de la zona del euro.


IAR Noticias – 10 de mayo de 2010
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3 de mayo de 2010

El camino del FMI a la ruina


De Letonia a Grecia

Mark Weisbrot
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CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens



En dos años Letonia ha sufrido la peor caída económica de la que se tengan datos, y perdió más de un 25% del PIB. Se pronostica que bajará aún más durante la primera mitad de este año, antes de iniciar una lenta recuperación, en la cual el Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que ni siquiera en 2015 llegará a su nivel de producción de 2006– nueve años después.

Con un desempleo de 22%, un fuerte aumento en la emigración y recortes en el financiamiento de la educación que causarán un daño a largo plazo, los costes sociales de esta trayectoria son elevados. Al mantener su moneda vinculada al euro, el gobierno renuncia a la oportunidad de permitir una depreciación que estimularía el crecimiento al mejorar la balanza comercial. Pero incluso más importante es que por el mantenimiento de esa vinculación Letonia no puede utilizar una política monetaria expansiva, o una política fiscal expansiva, para salir de la recesión. (EE.UU. ha utilizado ambas: aparte de su estímulo fiscal y del recorte de las tasas de interés a cerca de cero ha creado más de 1,5 billones de dólares desde que comenzó la recesión.)

Los que creen que puede dar resultados el que se haga lo contrario de lo que hacen los países ricos –es decir políticas pro-cíclicas– apuntan a la vecina Estonia como una historia exitosa. Estonia ha mantenido su moneda vinculada al euro, y como Letonia trata de lograr una “devaluación interna.” En otras palabras, con una recesión suficientemente profunda y suficiente desempleo, salarios y precios pueden ser reducidos. En teoría esto permitiría que la economía vuelva a ser competitiva, incluso si se mantiene fija la tasa [nominal] de cambio.

Pero el coste para Estonia ha sido casi tan alto como en Letonia. La economía se ha reducido casi en un 20%. El desempleo ha aumentado de cerca de 2% a 15,5%. Y se espera que la recuperación sea dolorosamente lenta: el FMI prevé que la economía crecerá en sólo un 0,8% este año. Sorprendentemente, se pronostica que en 2015 a Estonia le irá todavía peor que en 2007. Es un coste enorme en términos de producción real y potencial perdidos, así como en los costes sociales asociados con un elevado desempleo a largo plazo que acompañará esta lenta recuperación. Y a pesar del colapso económico y de una fuerte caída en los salarios, la tasa de cambio real efectiva fue la misma al final del año pasado que la de principios de 2008 –en otras palabras, no había ocurrido una “devaluación interna”.

No obstante Estonia es presentada como un ejemplo positivo, incluso es utilizada para atacar a economistas que han criticado las políticas pro-cíclicas en Letonia. El motivo es que Estonia no ha tenido el abultado déficit y los problemas de deuda que Letonia ha tenido en su recesión económica. Su deuda pública de un 7% del PIB es una pequeña fracción del promedio en la UE de 79%, y su déficit presupuestario para 2009 fue de sólo 1,7% del PIB. Por ello está en camino a unirse a la Zona Euro, posiblemente adoptando el euro a principios del próximo año.

¿Cómo logró Estonia evitar un gran aumento en su deuda durante esta severa recesión? Primero, el gobierno había acumulado activos durante la expansión, que ascendían a cerca de un 12% del PIB; y también mantenía un superávit presupuestario al comenzar la recesión. Y ha recibido bastantes subvenciones de la Unión Europea: en 2010 el FMI pronostica un enorme 8,3% del PIB en subvenciones, en comparación con 6,7% el año anterior.

A Grecia, lamentablemente, ni la Unión Europea ni el FMI le ofrecen subvenciones. Su plan para Grecia no es más que dolor y castigo. Y con una deuda pública de un 115% del PIB y un déficit presupuestario de 13,6%, Grecia se verá obligada a hacer recortes en los gastos que no sólo tendrán drásticas consecuencias sociales sino que llevarán, con casi absoluta certeza, al país a una recesión aún más profunda.

Es un tren que va en la dirección equivocada, y una vez que uno va por ese camino no hay modo de decir dónde estará el final. Grecia –como Letonia y Estonia– estará a la merced de eventos exteriores para rescatar su economía. Una mejoría económica rápida y robusta en la Unión Europea –que nadie pronostica– podría sacar a esos países de su depresión con un inmenso aumento en la demanda de sus exportaciones, y una afluencia de capital como en los años de la burbuja. O no: los bancos europeos occidentales todavía tienen cientos de miles de millones de deudas de cobro dudoso en Europa central y oriental de los años de la burbuja. Todavía podría haber algunas consecuencias inevitables que harían bajar el crecimiento regional incluso por debajo de la lenta recuperación que ha sido prevista para la Zona Euro. Alemania, que dependió de exportaciones para todo su crecimiento de 2002 a 2007, continuaría absorbiendo los beneficios del comercio regional de una Zona Euro y/o de la recuperación mundial.

No importa cómo sean analizadas, esas brutales políticas pro-cíclicas del Siglo XIX no tienen sentido. Son enormemente injustas, ya que colocan el peso del ajuste del modo más directo sobre la gente pobre y trabajadora. No le desearía a nadie el “éxito” de Estonia, simplemente porque evitó un aumento de la deuda y va en camino a unirse al euro. Podrían descubrir, como Grecia –así como España, Irlanda, Portugal e Italia– que los costes de adoptar una moneda que está sobrevalorada en relación con el nivel de productividad de un país son potencialmente bastante elevados a largo plazo, incluso después que esas economías terminen por recuperarse.

La Unión Europea y el FMI tienen el dinero y la capacidad para posibilitar una recuperación basada en políticas contra-cíclicas en Grecia así como en los Estados del Báltico. Si involucra una reestructuración de la deuda –o incluso un corte de pelo para los tenedores de obligaciones– así sea. Ningún gobierno debería aceptar políticas que le dicen que debe sangrar su economía por un tiempo indeterminado antes de que se pueda recuperar.
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* Mark Weisbrot es economista y codirector del Center for Economic and Policy Research. Es coautor, con Dean Baker, de: Social Security: the Phony Crisis. Este artículo fue originalmente publicado en The Guardian.

Fuente:
Rebelion.Org
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