De Letonia a Grecia
Mark Weisbrot *
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En dos años Letonia ha sufrido la peor caída económica de la que se tengan datos, y perdió más de un 25% del PIB. Se pronostica que bajará aún más durante la primera mitad de este año, antes de iniciar una lenta recuperación, en la cual el Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que ni siquiera en 2015 llegará a su nivel de producción de 2006– nueve años después.
Con un desempleo de 22%, un fuerte aumento en la emigración y recortes en el financiamiento de la educación que causarán un daño a largo plazo, los costes sociales de esta trayectoria son elevados. Al mantener su moneda vinculada al euro, el gobierno renuncia a la oportunidad de permitir una depreciación que estimularía el crecimiento al mejorar la balanza comercial. Pero incluso más importante es que por el mantenimiento de esa vinculación Letonia no puede utilizar una política monetaria expansiva, o una política fiscal expansiva, para salir de la recesión. (EE.UU. ha utilizado ambas: aparte de su estímulo fiscal y del recorte de las tasas de interés a cerca de cero ha creado más de 1,5 billones de dólares desde que comenzó la recesión.)
Los que creen que puede dar resultados el que se haga lo contrario de lo que hacen los países ricos –es decir políticas pro-cíclicas– apuntan a la vecina Estonia como una historia exitosa. Estonia ha mantenido su moneda vinculada al euro, y como Letonia trata de lograr una “devaluación interna.” En otras palabras, con una recesión suficientemente profunda y suficiente desempleo, salarios y precios pueden ser reducidos. En teoría esto permitiría que la economía vuelva a ser competitiva, incluso si se mantiene fija la tasa [nominal] de cambio.
Pero el coste para Estonia ha sido casi tan alto como en Letonia. La economía se ha reducido casi en un 20%. El desempleo ha aumentado de cerca de 2% a 15,5%. Y se espera que la recuperación sea dolorosamente lenta: el FMI prevé que la economía crecerá en sólo un 0,8% este año. Sorprendentemente, se pronostica que en 2015 a Estonia le irá todavía peor que en 2007. Es un coste enorme en términos de producción real y potencial perdidos, así como en los costes sociales asociados con un elevado desempleo a largo plazo que acompañará esta lenta recuperación. Y a pesar del colapso económico y de una fuerte caída en los salarios, la tasa de cambio real efectiva fue la misma al final del año pasado que la de principios de 2008 –en otras palabras, no había ocurrido una “devaluación interna”.
No obstante Estonia es presentada como un ejemplo positivo, incluso es utilizada para atacar a economistas que han criticado las políticas pro-cíclicas en Letonia. El motivo es que Estonia no ha tenido el abultado déficit y los problemas de deuda que Letonia ha tenido en su recesión económica. Su deuda pública de un 7% del PIB es una pequeña fracción del promedio en la UE de 79%, y su déficit presupuestario para 2009 fue de sólo 1,7% del PIB. Por ello está en camino a unirse a la Zona Euro, posiblemente adoptando el euro a principios del próximo año.
¿Cómo logró Estonia evitar un gran aumento en su deuda durante esta severa recesión? Primero, el gobierno había acumulado activos durante la expansión, que ascendían a cerca de un 12% del PIB; y también mantenía un superávit presupuestario al comenzar la recesión. Y ha recibido bastantes subvenciones de la Unión Europea: en 2010 el FMI pronostica un enorme 8,3% del PIB en subvenciones, en comparación con 6,7% el año anterior.
A Grecia, lamentablemente, ni la Unión Europea ni el FMI le ofrecen subvenciones. Su plan para Grecia no es más que dolor y castigo. Y con una deuda pública de un 115% del PIB y un déficit presupuestario de 13,6%, Grecia se verá obligada a hacer recortes en los gastos que no sólo tendrán drásticas consecuencias sociales sino que llevarán, con casi absoluta certeza, al país a una recesión aún más profunda.
Es un tren que va en la dirección equivocada, y una vez que uno va por ese camino no hay modo de decir dónde estará el final. Grecia –como Letonia y Estonia– estará a la merced de eventos exteriores para rescatar su economía. Una mejoría económica rápida y robusta en la Unión Europea –que nadie pronostica– podría sacar a esos países de su depresión con un inmenso aumento en la demanda de sus exportaciones, y una afluencia de capital como en los años de la burbuja. O no: los bancos europeos occidentales todavía tienen cientos de miles de millones de deudas de cobro dudoso en Europa central y oriental de los años de la burbuja. Todavía podría haber algunas consecuencias inevitables que harían bajar el crecimiento regional incluso por debajo de la lenta recuperación que ha sido prevista para la Zona Euro. Alemania, que dependió de exportaciones para todo su crecimiento de 2002 a 2007, continuaría absorbiendo los beneficios del comercio regional de una Zona Euro y/o de la recuperación mundial.
No importa cómo sean analizadas, esas brutales políticas pro-cíclicas del Siglo XIX no tienen sentido. Son enormemente injustas, ya que colocan el peso del ajuste del modo más directo sobre la gente pobre y trabajadora. No le desearía a nadie el “éxito” de Estonia, simplemente porque evitó un aumento de la deuda y va en camino a unirse al euro. Podrían descubrir, como Grecia –así como España, Irlanda, Portugal e Italia– que los costes de adoptar una moneda que está sobrevalorada en relación con el nivel de productividad de un país son potencialmente bastante elevados a largo plazo, incluso después que esas economías terminen por recuperarse.
La Unión Europea y el FMI tienen el dinero y la capacidad para posibilitar una recuperación basada en políticas contra-cíclicas en Grecia así como en los Estados del Báltico. Si involucra una reestructuración de la deuda –o incluso un corte de pelo para los tenedores de obligaciones– así sea. Ningún gobierno debería aceptar políticas que le dicen que debe sangrar su economía por un tiempo indeterminado antes de que se pueda recuperar.
- - -
* Mark Weisbrot es economista y codirector del Center for Economic and Policy Research. Es coautor, con Dean Baker, de: Social Security: the Phony Crisis. Este artículo fue originalmente publicado en The Guardian.
Mark Weisbrot *
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En dos años Letonia ha sufrido la peor caída económica de la que se tengan datos, y perdió más de un 25% del PIB. Se pronostica que bajará aún más durante la primera mitad de este año, antes de iniciar una lenta recuperación, en la cual el Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que ni siquiera en 2015 llegará a su nivel de producción de 2006– nueve años después.
Con un desempleo de 22%, un fuerte aumento en la emigración y recortes en el financiamiento de la educación que causarán un daño a largo plazo, los costes sociales de esta trayectoria son elevados. Al mantener su moneda vinculada al euro, el gobierno renuncia a la oportunidad de permitir una depreciación que estimularía el crecimiento al mejorar la balanza comercial. Pero incluso más importante es que por el mantenimiento de esa vinculación Letonia no puede utilizar una política monetaria expansiva, o una política fiscal expansiva, para salir de la recesión. (EE.UU. ha utilizado ambas: aparte de su estímulo fiscal y del recorte de las tasas de interés a cerca de cero ha creado más de 1,5 billones de dólares desde que comenzó la recesión.)
Los que creen que puede dar resultados el que se haga lo contrario de lo que hacen los países ricos –es decir políticas pro-cíclicas– apuntan a la vecina Estonia como una historia exitosa. Estonia ha mantenido su moneda vinculada al euro, y como Letonia trata de lograr una “devaluación interna.” En otras palabras, con una recesión suficientemente profunda y suficiente desempleo, salarios y precios pueden ser reducidos. En teoría esto permitiría que la economía vuelva a ser competitiva, incluso si se mantiene fija la tasa [nominal] de cambio.
Pero el coste para Estonia ha sido casi tan alto como en Letonia. La economía se ha reducido casi en un 20%. El desempleo ha aumentado de cerca de 2% a 15,5%. Y se espera que la recuperación sea dolorosamente lenta: el FMI prevé que la economía crecerá en sólo un 0,8% este año. Sorprendentemente, se pronostica que en 2015 a Estonia le irá todavía peor que en 2007. Es un coste enorme en términos de producción real y potencial perdidos, así como en los costes sociales asociados con un elevado desempleo a largo plazo que acompañará esta lenta recuperación. Y a pesar del colapso económico y de una fuerte caída en los salarios, la tasa de cambio real efectiva fue la misma al final del año pasado que la de principios de 2008 –en otras palabras, no había ocurrido una “devaluación interna”.
No obstante Estonia es presentada como un ejemplo positivo, incluso es utilizada para atacar a economistas que han criticado las políticas pro-cíclicas en Letonia. El motivo es que Estonia no ha tenido el abultado déficit y los problemas de deuda que Letonia ha tenido en su recesión económica. Su deuda pública de un 7% del PIB es una pequeña fracción del promedio en la UE de 79%, y su déficit presupuestario para 2009 fue de sólo 1,7% del PIB. Por ello está en camino a unirse a la Zona Euro, posiblemente adoptando el euro a principios del próximo año.
¿Cómo logró Estonia evitar un gran aumento en su deuda durante esta severa recesión? Primero, el gobierno había acumulado activos durante la expansión, que ascendían a cerca de un 12% del PIB; y también mantenía un superávit presupuestario al comenzar la recesión. Y ha recibido bastantes subvenciones de la Unión Europea: en 2010 el FMI pronostica un enorme 8,3% del PIB en subvenciones, en comparación con 6,7% el año anterior.
A Grecia, lamentablemente, ni la Unión Europea ni el FMI le ofrecen subvenciones. Su plan para Grecia no es más que dolor y castigo. Y con una deuda pública de un 115% del PIB y un déficit presupuestario de 13,6%, Grecia se verá obligada a hacer recortes en los gastos que no sólo tendrán drásticas consecuencias sociales sino que llevarán, con casi absoluta certeza, al país a una recesión aún más profunda.
Es un tren que va en la dirección equivocada, y una vez que uno va por ese camino no hay modo de decir dónde estará el final. Grecia –como Letonia y Estonia– estará a la merced de eventos exteriores para rescatar su economía. Una mejoría económica rápida y robusta en la Unión Europea –que nadie pronostica– podría sacar a esos países de su depresión con un inmenso aumento en la demanda de sus exportaciones, y una afluencia de capital como en los años de la burbuja. O no: los bancos europeos occidentales todavía tienen cientos de miles de millones de deudas de cobro dudoso en Europa central y oriental de los años de la burbuja. Todavía podría haber algunas consecuencias inevitables que harían bajar el crecimiento regional incluso por debajo de la lenta recuperación que ha sido prevista para la Zona Euro. Alemania, que dependió de exportaciones para todo su crecimiento de 2002 a 2007, continuaría absorbiendo los beneficios del comercio regional de una Zona Euro y/o de la recuperación mundial.
No importa cómo sean analizadas, esas brutales políticas pro-cíclicas del Siglo XIX no tienen sentido. Son enormemente injustas, ya que colocan el peso del ajuste del modo más directo sobre la gente pobre y trabajadora. No le desearía a nadie el “éxito” de Estonia, simplemente porque evitó un aumento de la deuda y va en camino a unirse al euro. Podrían descubrir, como Grecia –así como España, Irlanda, Portugal e Italia– que los costes de adoptar una moneda que está sobrevalorada en relación con el nivel de productividad de un país son potencialmente bastante elevados a largo plazo, incluso después que esas economías terminen por recuperarse.
La Unión Europea y el FMI tienen el dinero y la capacidad para posibilitar una recuperación basada en políticas contra-cíclicas en Grecia así como en los Estados del Báltico. Si involucra una reestructuración de la deuda –o incluso un corte de pelo para los tenedores de obligaciones– así sea. Ningún gobierno debería aceptar políticas que le dicen que debe sangrar su economía por un tiempo indeterminado antes de que se pueda recuperar.
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* Mark Weisbrot es economista y codirector del Center for Economic and Policy Research. Es coautor, con Dean Baker, de: Social Security: the Phony Crisis. Este artículo fue originalmente publicado en The Guardian.
Fuente:
Rebelion.Org
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