por Alfredo Jalife-Rahme
Hoy los totalitarismos posmodernos son financieros. El practicado por la Reserva Federal (la Fed) –la entidad más antidemocrática del mundo en cantidad y calidad– es mucho peor en su profundidad y en sus alcances que los conocidos totalitarismos políticos del siglo XX, debido a su opacidad y a su control del sistema político de Estados Unidos.
Audrey Fournier, de Le Monde (5/4/10) –rotativo cercano a la cancillería francesa–, examina los opacos manejos totalitarios de la Fed y el levantamiento del velo de los activos tóxicos que heredó, durante el rescate de finales de 2008, de dos entidades financieras mayúsculas: la fétida aseguradora AIG y el hediondo banco de inversiones Bear Stearns (adquirido por el no menos pestilente JP Morgan-Chase).
La Fed fue obligada a exponer mínimamente la punta del iceberg de sus hazañas de ocultamiento y alquimia contables por dos sentencias judiciales, debido a la presión de la ciudadanía y algunos legisladores todavía patriotas.
Como si no se supiera, ahora resulta que tales activos son todavía más tóxicos de lo previsto y alcanzarían 80 mil millones de dólares.
Fournier se asombra de la distribución perversa de tales activos tóxicos incrustados subrepticiamente en una serie de vehículos financieros complejos, como los ominosos credit default swaps (CDS) y cuyos alcances letales han hecho del putrefacto sistema financiero anglosajón un verdadero nudo gordiano que requiere ser desatado por un conquistador de la talla de Alejandro el Magno para salvar el planeta de las garras de la plutocracia bancaria anglosajona de Wall Street y la City.
Tales activos tóxicos no pasan la prueba del ácido de la tripleta oligárquica-oligopólica de las autocalificadoras anglosajonas (Moody’s, Standard &Poor’s y Fitch), quienes por enésima vez no se percataron deliberadamente de su virulencia diseminada.
Fournier no entiende por qué no se rescató a Lehman Brothers, al tiempo que se salvaba a la aseguradora AIG y a Bear Stearns repletos de activos podridos (sic).
Fournier destaca que ha perturbado la opacidad, mucho más que el rescate per se, y se centra en la exhibición del oscurantismo contable de la Fed, que ocultó la mediocridad de los activos tóxicos que han perdido gran parte de su valor. Pero, ¿cuál valor? ¡Si están quebrados!
Cita la opinión higiénica de Marvin Goodfriend, economista de la Universidad de Carnegie Mellon, quien en las páginas de la revista Business Week (poéticamente quebrada y anterior propiedad del grupo de la autocalificadora Standard &Poor’s, y luego adquirida por Bloomberg) fustiga la intromisión de la Fed en la política fiscal: un dominio de la Secretaría del Tesoro y el Congreso.
¿No se percata Goodfriend que Estados Unidos vive bajo el totalitarismo de la plutocracia financiera de Wall Street, dominado por los Madoff, Greenspan y Bernanke, coincidentemente miembros conspicuos del sionismo financiero global? ¿Hasta cuándo? Pues hasta que el Pentágono, otra supraestructura oligárquica de mayor poder, ponga en orden a la Fed.
The Christian Science Monitor, citado por Fournier, fulmina que el acuerdo fue realizado a puerta cerrada y sin nula supervisión del Congreso. Por lo visto, en materia de opacidad financiera Estados Unidos es tan medievalmente primitivo como el México neoliberal.
En forma lúcida, Fournier concluye que, además del daño causado al funcionamiento democrático (sic) de las instituciones de estadunidenses, la conducta de la Fed estimuló a otros bancos, algunos rescatados por el gobierno, a realizar riesgos considerables.
Fournier soslaya la estructura anómala –única en el mundo porque compendia la verdadera plutocracia reinante– de la Fed que incluye en su seno a numerosos bancos privados en un matrimonio anticipado del verdugo con su víctima y que ni siquiera emite su propia moneda (tarea del Departamento del Tesoro).
Sigue más vigente que nunca el libro Secretos del templo: cómo la Reserva Federal controla el país, de William Greider, escrito hace más de 20 años y que habría que actualizar con la exhumación de los derivados financieros.
Fournier se queda en el umbral de los infiernos financieros y no profundiza en el papel tras bambalinas de BlackRock, que maneja en forma triangulada tales activos tóxicos: bombas durmientes inventadas por la plutocracia de Estados Unidos presuntamente para dominar al mundo.
La traducción de BlackRock es inigualable: roca negra, a no confundir con otra financiera siniestra, Blackstone, implicada en el cobro de los seguros de las torres gemelas de Nueva York (ver Bajo la Lupa, 26/9/04) y controlada por Peter G. Peterson, anterior secretario de Comercio de Richard Nixon, y Stephen A. Schwarzman, miembro del club fantasmagórico Huesos y Calaveras, de Yale (donde opera el cordobista Zedillo: el sepulturero de las finanzas mexicanas).
BlackRock constituye otra entelequia oscura de la piratería financiera anglosajona: firma de inversiones con sede en Nueva York que maneja una azorante cartera de 3,35 millones de millones (trillones en anglosajón) de dólares, equivalente al PIB (nominal) de Alemania.
Pese a su negrura contable y fiduciaria, BlackRock se convirtió en el mayor manejador de dinero del mundo. Pero una cosa es manejar su cartera propia y otra la de sus clientes que manejan a su vez 9 millones de millones (trillones en anglosajón) de dólares, equivalente al doble del PIB de China.
Aparte de la basura financiera de la Fed, ¿qué tanto y para quién recicla BlackRock?
Los controladores aparentemente legales de BlackRock son Bank of America (34.1 por ciento de sus activos), el muy turbio PNC Financial Services (24.6 por ciento) y la británica Barclays PLC (19.9 por ciento) que no requiere adjetivos. ¿Quiénes dispondrían del restante 21.4 por ciento de sus acciones?
¿Por qué dos bancos gigantescos globales, como el estadunidense Bank of America y el británico Barclays, ya no se diga la Fed, necesitan como oxígeno la existencia triangulada de una entidad financiera tan negra como BlackRock?
El mandamás de BlackRock es Lawrence Fink (su hijo Joshua, de 30 años, merece un libro especial), inventor e instrumentador de una de las mayores basuras financieras de la historia de la humanidad: los célebres mortgage-backed-security (MBS, por sus siglas en inglés: un género de derivados financieros basados en seguros hipotecarios de alto riesgo).
¿Por qué la Fed, en la etapa aciaga de Ben Shalom Bernanke, recurre al verdugo que victimó a millones de impotentes ciudadanos de Estados Unidos, el inventor de los putrefactos MBS: causal primaria en precipitar la crisis financiera global?
Como que suena muy extraño y ha de haber algo muy profundo en los avernos financieros de los activos tóxicos en Estados Unidos, que ya empiezan a ser desenmarañados (que no se olvide que nos encontramos en un mundo totalitario, opaco, tenebroso, inmundo e infernal) y que apunta al despliegue de una silenciosa guerra financiera global, que probablemente hayan decretado contra el mundo los dioses (sic) del dinero de Nueva York y la City, como expone William Engdahl (RT, 5/4/10), cuya tesis de una guerra económica encubierta del sistema dólar merece ser desarrollada.
La Jornada - México
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Hoy los totalitarismos posmodernos son financieros. El practicado por la Reserva Federal (la Fed) –la entidad más antidemocrática del mundo en cantidad y calidad– es mucho peor en su profundidad y en sus alcances que los conocidos totalitarismos políticos del siglo XX, debido a su opacidad y a su control del sistema político de Estados Unidos.
Audrey Fournier, de Le Monde (5/4/10) –rotativo cercano a la cancillería francesa–, examina los opacos manejos totalitarios de la Fed y el levantamiento del velo de los activos tóxicos que heredó, durante el rescate de finales de 2008, de dos entidades financieras mayúsculas: la fétida aseguradora AIG y el hediondo banco de inversiones Bear Stearns (adquirido por el no menos pestilente JP Morgan-Chase).
La Fed fue obligada a exponer mínimamente la punta del iceberg de sus hazañas de ocultamiento y alquimia contables por dos sentencias judiciales, debido a la presión de la ciudadanía y algunos legisladores todavía patriotas.
Como si no se supiera, ahora resulta que tales activos son todavía más tóxicos de lo previsto y alcanzarían 80 mil millones de dólares.
Fournier se asombra de la distribución perversa de tales activos tóxicos incrustados subrepticiamente en una serie de vehículos financieros complejos, como los ominosos credit default swaps (CDS) y cuyos alcances letales han hecho del putrefacto sistema financiero anglosajón un verdadero nudo gordiano que requiere ser desatado por un conquistador de la talla de Alejandro el Magno para salvar el planeta de las garras de la plutocracia bancaria anglosajona de Wall Street y la City.
Tales activos tóxicos no pasan la prueba del ácido de la tripleta oligárquica-oligopólica de las autocalificadoras anglosajonas (Moody’s, Standard &Poor’s y Fitch), quienes por enésima vez no se percataron deliberadamente de su virulencia diseminada.
Fournier no entiende por qué no se rescató a Lehman Brothers, al tiempo que se salvaba a la aseguradora AIG y a Bear Stearns repletos de activos podridos (sic).
Fournier destaca que ha perturbado la opacidad, mucho más que el rescate per se, y se centra en la exhibición del oscurantismo contable de la Fed, que ocultó la mediocridad de los activos tóxicos que han perdido gran parte de su valor. Pero, ¿cuál valor? ¡Si están quebrados!
Cita la opinión higiénica de Marvin Goodfriend, economista de la Universidad de Carnegie Mellon, quien en las páginas de la revista Business Week (poéticamente quebrada y anterior propiedad del grupo de la autocalificadora Standard &Poor’s, y luego adquirida por Bloomberg) fustiga la intromisión de la Fed en la política fiscal: un dominio de la Secretaría del Tesoro y el Congreso.
¿No se percata Goodfriend que Estados Unidos vive bajo el totalitarismo de la plutocracia financiera de Wall Street, dominado por los Madoff, Greenspan y Bernanke, coincidentemente miembros conspicuos del sionismo financiero global? ¿Hasta cuándo? Pues hasta que el Pentágono, otra supraestructura oligárquica de mayor poder, ponga en orden a la Fed.
The Christian Science Monitor, citado por Fournier, fulmina que el acuerdo fue realizado a puerta cerrada y sin nula supervisión del Congreso. Por lo visto, en materia de opacidad financiera Estados Unidos es tan medievalmente primitivo como el México neoliberal.
En forma lúcida, Fournier concluye que, además del daño causado al funcionamiento democrático (sic) de las instituciones de estadunidenses, la conducta de la Fed estimuló a otros bancos, algunos rescatados por el gobierno, a realizar riesgos considerables.
Fournier soslaya la estructura anómala –única en el mundo porque compendia la verdadera plutocracia reinante– de la Fed que incluye en su seno a numerosos bancos privados en un matrimonio anticipado del verdugo con su víctima y que ni siquiera emite su propia moneda (tarea del Departamento del Tesoro).
Sigue más vigente que nunca el libro Secretos del templo: cómo la Reserva Federal controla el país, de William Greider, escrito hace más de 20 años y que habría que actualizar con la exhumación de los derivados financieros.
Fournier se queda en el umbral de los infiernos financieros y no profundiza en el papel tras bambalinas de BlackRock, que maneja en forma triangulada tales activos tóxicos: bombas durmientes inventadas por la plutocracia de Estados Unidos presuntamente para dominar al mundo.
La traducción de BlackRock es inigualable: roca negra, a no confundir con otra financiera siniestra, Blackstone, implicada en el cobro de los seguros de las torres gemelas de Nueva York (ver Bajo la Lupa, 26/9/04) y controlada por Peter G. Peterson, anterior secretario de Comercio de Richard Nixon, y Stephen A. Schwarzman, miembro del club fantasmagórico Huesos y Calaveras, de Yale (donde opera el cordobista Zedillo: el sepulturero de las finanzas mexicanas).
BlackRock constituye otra entelequia oscura de la piratería financiera anglosajona: firma de inversiones con sede en Nueva York que maneja una azorante cartera de 3,35 millones de millones (trillones en anglosajón) de dólares, equivalente al PIB (nominal) de Alemania.
Pese a su negrura contable y fiduciaria, BlackRock se convirtió en el mayor manejador de dinero del mundo. Pero una cosa es manejar su cartera propia y otra la de sus clientes que manejan a su vez 9 millones de millones (trillones en anglosajón) de dólares, equivalente al doble del PIB de China.
Aparte de la basura financiera de la Fed, ¿qué tanto y para quién recicla BlackRock?
Los controladores aparentemente legales de BlackRock son Bank of America (34.1 por ciento de sus activos), el muy turbio PNC Financial Services (24.6 por ciento) y la británica Barclays PLC (19.9 por ciento) que no requiere adjetivos. ¿Quiénes dispondrían del restante 21.4 por ciento de sus acciones?
¿Por qué dos bancos gigantescos globales, como el estadunidense Bank of America y el británico Barclays, ya no se diga la Fed, necesitan como oxígeno la existencia triangulada de una entidad financiera tan negra como BlackRock?
El mandamás de BlackRock es Lawrence Fink (su hijo Joshua, de 30 años, merece un libro especial), inventor e instrumentador de una de las mayores basuras financieras de la historia de la humanidad: los célebres mortgage-backed-security (MBS, por sus siglas en inglés: un género de derivados financieros basados en seguros hipotecarios de alto riesgo).
¿Por qué la Fed, en la etapa aciaga de Ben Shalom Bernanke, recurre al verdugo que victimó a millones de impotentes ciudadanos de Estados Unidos, el inventor de los putrefactos MBS: causal primaria en precipitar la crisis financiera global?
Como que suena muy extraño y ha de haber algo muy profundo en los avernos financieros de los activos tóxicos en Estados Unidos, que ya empiezan a ser desenmarañados (que no se olvide que nos encontramos en un mundo totalitario, opaco, tenebroso, inmundo e infernal) y que apunta al despliegue de una silenciosa guerra financiera global, que probablemente hayan decretado contra el mundo los dioses (sic) del dinero de Nueva York y la City, como expone William Engdahl (RT, 5/4/10), cuya tesis de una guerra económica encubierta del sistema dólar merece ser desarrollada.
La Jornada - México
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